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Nunca Quise Tener Un Hijo Suyo Novela capítulo 30

El olor de la tierra mojada se mezcló con el aire húmedo, mientras la lluvia torrencial parecía separar a los dos individuos.

El sonido del aguacero parecía envolverlos, creando una burbuja íntima que los aislaba del mundo. Emilia no rehuyó la mirada helada de sus ojos rojo sangre.

—Al rey esto le parecería muy divertido. Parece que el Duque quiere que lo tiente.

Una sonrisa burlona se dibujó en la comisura de sus labios mientras la miraba. Su actitud era fría, pero su mirada era intensa.

Cuando dio un paso más cerca, la lluvia que caía sobre ella se detuvo de repente. Emilia tembló de frío, ejerciendo todas sus fuerzas para no delatar su miedo a ser descubierta.

—No hace falta que me tiente. Aunque la penetre, no le dolerá, ¿No? Ya está empapada.

Los labios de Emilia temblaron mientras se secaban dentro de su boca, pálidos y fuertemente presionados.

—Si no lo excita en lo más mínimo, entonces reserve esas palabras vulgares para las cortesanas. Vaya y encuentre placer con ellas.

Una gota que corrió por su rostro desde su cabello empapado acentuó los contornos de sus rasgos.

Ya empapada, su esbelta figura se reveló debajo del vestido mojado, su ropa interior ahora visible.

—No lo parece, ¿Verdad? Lloró debajo de mí, Emilia.

Añadió, moviendo juguetonamente su paraguas hacia atrás, provocando que desapareciera de encima de ella, dejándola empapada por la lluvia una vez más.

Como si se deleitara con la situación, dio un paso atrás, con una sonrisa firme mientras la observaba de pies a cabeza, con la mirada moviéndose lentamente.

—Ponga un poco más de empeño —comentó, provocando que el rostro de Emilia se pusiera rojo—. Quién sabe, quizá en lugar de una vez a la semana, la abrace todos los días, a pesar de mi asco.

Él soltó sin esfuerzo las vergonzosas palabras, permaneciendo ahí como si observara su reacción con parpadeos lentos.

En marcado contraste con su apariencia empapada y la negativa a permitir que cayera ni una sola gota, él sostenía el amplio paraguas en alto sobre él; su propia figura prístina era un marcado contraste.

Tal vez era un reflejo de ellos dos, pensó, con sus zapatos blancos ahora sucios por pisar el barro.

Él miró su calzado desaliñado.

—Igual que usted.

Añadió sin perder la oportunidad de sonreír.

Mikhail pasó junto a ella con pasos tranquilos, mientras Emilia permanecía ahí, escuchando el sonido de sus pasos alejándose rítmicamente a través del barro.

Un paso, luego otro.

A medida que él se alejaba, ella giraba el cuerpo. Una vez más, él parecía imperturbable, mostrando su espalda sin ninguna preocupación en el mundo.

Apretando el puño, sintió la tensión en su mano, el dolor agudo recorriendo su cuerpo con cada hundimiento de sus uñas en su palma.

—Si no puede matarme de una sola vez, ni siquiera se moleste en intentarlo —comentó, girándose levemente para mirarla. Su mirada penetrante hizo que Emilia soltara la tensión de su mano, como si fuera una persona derrotada.

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Mikhail se sacudió el agua de lluvia de la ropa con la mano y le entregó el paraguas al mayordomo antes de dirigirse a su estudio.

—La señora tampoco trajo paraguas.

—¿Y eso que?

—¿No puede compartir un paraguas al menos?

—¿Me está pidiendo que meta a esa mujer bajo la misma sombrilla pequeña que yo en el mismo espacio, aunque solo la idea de estar en la misma proximidad me resulta repulsiva?

Por un momento, recordó la vez que habían compartido un paraguas. El intenso aroma de las rosas había asaltado sus fosas nasales, casi provocándole dolor de cabeza.

—Si Dahlia continúa actuando como le plazca, mandela a Valoh sin pensarlo dos veces.

—¿...está seguro?

—¿Cree que diría algo que no quiero decir?

—No, claro que no. Lo dejó claro.

Kartho tomó la chaqueta de Mikhail y habló. Echó una rápida mirada hacia la puerta principal.

—Por la forma en que se mantiene bajo la lluvia, la señora estará postrada en cama durante varios días dada su condición actual.

—Bueno, eso no es tan malo. Me da una razón para no soportar otra maldita noche.

Con esas palabras, Mikhail se dirigió a su estudio. La imagen de Emilia, inmóvil bajo la lluvia, seguía rondando en su mente.

Su cabello rojo empapado de humedad parecía aún más vibrante. El fino vestido se le pegaba al cuerpo, revelando su cuerpo en su totalidad.

Su pecho puntiagudo, su rostro pálido y helado por el frío, y sus mejillas de un ligero tono rojo que contrastaba con el calor de sus ojos.

Se aflojó la corbata con la mano, como intentando aliviar el calor incómodo que parecía concentrarse debajo.

—Maldita sea.

Fuera un anhelo físico o emocional, o quizás una combinación de ambos, una cosa estaba clara: no era una buena señal para él.

No podía albergar ningún deseo ni sentimiento por ella. Eso seguramente sería la ruina de ambos.

Mikhail se mordió el labio y encendió una cerilla. Cuando se acercó a la ventana para mirar hacia afuera, vio a Emilia todavía inmóvil en el mismo lugar.

Incluso desde lejos, era una mujer de una belleza sorprendente. Las rosas de Loren tenían espinas particularmente afiladas.

En ese momento, Emilia, parada bajo la lluvia, levantó la cabeza y miró fijamente un lugar en particular. Era el estudio de Mikhail. A pesar de la lluvia que caía a cántaros, parecía como si sus miradas estuvieran fijas en la de ellos.

Traducido por: Valiz

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