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La Emperatriz Se Volvió A Casar Novela capítulo 42

Rashta estaba segura de que su hijo había desaparecido para siempre, pero la actitud confiada del Vizconde la llenó de dudas.

—Y Rashta, piénsalo bien. ¿Qué pensaría la gente si yo desapareciera de repente después de decir que eras una esclava fugitiva? ¿No dirían que el Emperador está tratando de ocultar algo?

Rashta estaba acostumbrada a escuchar a Roteschu hablar como si fuera a aplastarla bajo sus pies, pero de repente su voz adoptó un tono agradable. Tragó saliva con dificultad.

—Además, no se puede vivir tan inocentemente en el Palacio Imperial. Hay mucho engaño que hacer, ¿Cómo podrías dejar ese tipo de trabajo en manos de alguien que no conoce tu secreto?

—¿Qué quiere decir?

—Criatura tonta, estoy diciendo que deberías dirigir esa mirada hostil hacia otra persona. Yo ya lo sé todo sobre ti. En otras palabras, puedo ser perfectamente tus manos y oídos.

—¡No necesito a alguien como usted!

El Vizconde Roteschu chasqueó la lengua.

—Jugar a disfrazarte no te convierte en una dama, Rashta. Quizás con el tiempo logres sacudirte el pasado y ser aceptada entre los nobles, pero para entonces, ¿Seguirás siendo la concubina a la que el Emperador ama?

Los ojos de Rashta temblaron.

—El Emperador dice que solo ama a Rashta.

—Quizás. Quizás no. Bueno, ¿Cómo debería decirlo...? No has olvidado a mi hijo, ¿Verdad?

Rashta se mordisqueó el labio. El hijo del Vizconde, quien le había susurrado votos de amor, comenzó a cambiar a medida que se acercaba el nacimiento del bebé de Rashta. Al principio era persistente y terco, pero con el tiempo se agotó.

Después de la muerte del bebé, Rashta le rogó que huyeran juntos. Finalmente, él le dijo:Te amo, pero no quiero cambiar mi vida por ti.

Parecías estar atrapada en un pantano, y yo deseaba salvarte de él. Pero me equivoqué. Tú eres el pantano, y no puedo salvarte de él. Incluso cualquier hijo nacido entre nosotros sería arrastrado a ese pantano y quedaría atrapado en él.

Ese día miserable. No solo perdió a su bebé.

Rashta cerró los puños, y la sangre comenzó a filtrarse donde sus uñas se clavaban en su carne. En lugar de detenerse, el Vizconde Roteschu continuó recorriendo las heridas de Rashta con su lengua afilada como una hoja.

—Cuanto más te ame el Emperador, más mujeres pobres y hermosas mirarán tu situación y tendrán esperanza. Para escapar de su propio pantano, querrán aferrarse al Emperador también.

—Entonces...

—¿Entonces qué? Nobles codiciosos, lores extranjeros y cualquiera interesado en intrigas políticas enviarán todo tipo de mujeres hermosas al Emperador. Y muchas de esas mujeres tendrán educación y estatus.

—...

—No eres una emperatriz, Rashta. Si pierdes el amor del Emperador, vuelves a la esclavitud.

—Si ese es el caso... da igual que me ayude o no.

—No. Depende de ti y de tu habilidad para mantener su favor, pero yo puedo asegurarme de que ninguna otra concubina se acerque o dure.

—¿Cómo?

—Primero tienes que dejarme entrar.

El Vizconde Roteschu se inclinó ligeramente hacia adelante y habló en voz baja.

—Si me ayudas a mí y a mi familia a llegar al centro del poder, haré el papel de tu padre. Tu hijo es mi nieto, y lo que es bueno para él, es bueno para mí.

Las palabras habrían resultado tentadoras para Rashta de no ser por la persona que las decía. ¿Cómo podría un hombre como él aceptar a una esclava como su nuera? Hasta un perro callejero se reiría de ello. Estaba claro que solo quería mantenerla cerca para aprovecharse de ella.

La expresión de Rashta no cambió, y el Vizconde Roteschu soltó una carcajada.

—No me crees. Pero sabrás con solo mirarlo que tu hijo se parece a ti.

Rashta no pudo hablar, congelada como si hubiera perdido toda función de su cuerpo. El Vizconde Roteschu la miró y se levantó con una sonrisa satisfecha.

—Piensa bien. Seguiré fingiendo ser un idiota que no reconoce rostros, tal como ordenó Su Majestad.

Las celebraciones de tres días por el Año Nuevo llegaron a su fin, y la mayoría de los invitados regresaron a sus respectivos hogares, salvo algunos que solicitaron quedarse más tiempo, entre ellos el Príncipe Heinley. Revisé y completé el periodo de estadía de los huéspedes restantes, sus secretarios, sirvientes y caballeros. Cuando vi que la fecha de partida del Príncipe Heinley estaba marcada como "indeterminada", sonreí involuntariamente.

Recordé que insistía en que Queen no comía comida cruda. Antes había consultado con un ornitólogo y le pregunté si existía un ave con tal dieta, y recordé lo que me había dicho.

¿Un ave que no come comida cruda? ¿Se refiere a que cocina su comida? Tal ave revolucionaría el mundo académico, Su Majestad.

Quizás el Príncipe Heinley no estaba alimentando bien a Queen por error.

Pero Queen parecía odiar los insectos.

Quizá la persona a cargo de alimentarlo cortaba los gusanos. No era de extrañar que Queen se sorprendiera al ver uno vivo. La próxima vez se lo daría así.

Me encontré con el Príncipe Heinley de camino de regreso del trabajo, así que di un paseo con él y le conté mi plan. Quise informarle en caso de que malinterpretara que estaba tratando de darle a Queen algo extraño.

—Ah...

Después de mi explicación, el príncipe emitió un ruido extraño.

—¿Príncipe? ¿Está bien?

—Por favor... solo dele agua.

—Un ornitólogo…

—Las aves orientales y occidentales tienen temperamentos distintos. Las aves occidentales comen comida cocida.

—...

¿Se suponía que debía creer eso? Puse una expresión escéptica, y él me miró suplicante.

—Solo acaríciele la cabeza. Es suficiente.

Traducido por: Valiz

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